
La vida espiritual en armonía con la espiritualidad de la Creación reside, sobre todo, en estar atentos, en tratar con atención la Creación, las cosas, las personas, en escuchar atentamente a Dios en todas las cosas. Quien vive atentamente, vive relacionado consigo mismo, relacionado con la Creación, con Dios y con las personas. La enfermedad concreta de nuestro tiempo es la ausencia de vínculos. Como las personas han perdido el vínculo consigo mismos y con la Creación, saltan de una relación a otra, tan sólo para poder percibirse. Pero si necesito la relación con una persona para poder relacionarme conmigo, estoy usando una persona, estoy aprovechándome de ella y estoy demandándole demasiado. Como muchos ya no se vinculan con las cosas, las tratan con brutalidad. No solamente las usan para fines propios; las explotan y las destruyen. Observamos hoy que muchos jóvenes viven esta falta de vínculos. Los maestros de las escuelas podrían escribir páginas enteras de cómo los alumnos maltratan las instalaciones. Y no es maldad, es la expresión de su falta de vínculos.
La falta de vinculación lleva a otro fenómeno ampliamente difundido en nuestros días: el desasosiego. Como no nos relacionamos con nosotros mismos, como no vivimos el momento, necesitamos mayores incentivos para poder percibirnos. De ser posible, debemos irnos de vacaciones a lugares remotos, y practicamos los deportes más riesgosos para “experimentar la vida”.
Quien está relacionado consigo mismo, percibirá intensamente la vida en un sencillo paseo por el bosque. Respirará la vida y encontrará en ella todo a lo que aspira. Vivirá relacionado con los árboles, hablará con ellos, percibirá su encanto. Se sentirá parte de la Creación, se sentirá protegido, cuidado, valioso, vivo.
A. G.