
Con parábolas drásticas Jesús quiere prevenirnos de un plan de vida equivocado. Tal plan de vida podrá esconderse incluso, detrás de una vida decente y correcta.
En la parábola del banquete de bodas, los invitados no se preocupaban por el banquete. Uno se fue a su campo: para éste eran más importantes su posesión y su propia fertilidad, que el banquete de bodas, que representa no solamente la vida eterna después de la muerte, sino la vida que hemos hecho aquí en la Tierra. Representa la vida que, aquí y ahora, es una con Dios, y aquí, como decía Atanasio, se celebra ininterrumpidamente la fiesta de la Resurrección. El otro se fue a su negocio: le era más importante su negocio, su ajetreo, su actividad. Quería hacer él mismo todo. Los demás –según la parábola- “tomaron a los servidores del rey, los maltrataron y los mataron”. Evidentemente se trata de personas que, con violencia, rechazan la invitación interior a vivir la verdadera vida, porque no quieren que ésta les incomode. Notan que hay una voz diferente dentro de sí mismos, que los invita a la auténtica vida. Pero se instalaron en su propio mundo de tal modo que no solamente acallan esta voz, sino que hasta la matan.
Dios invita ahora, a todas las personas, sin distinción de origen ni de estado moral. Todos, malos y buenos, pueden venir a este banquete de bodas. En la versión de Lucas de esta parábola, son justamente “los pobres, los inválidos, los ciegos y los cojos” los que están invitados al banquete. Es decir que las personas heridas y afligidas que han llegado a sus límites, están abiertas a la promesa de la vida plena, de la vida con Dios.
A. G.