La motivación de nuestra vida

Es un gran regalo cuando una persona que está agonizando puede despedirse y expresar, una vez más, aquello que lo conmueve. Hay escenas conmovedoras, donde una madre o un padre agonizantes le dicen, una vez más, a la familia reunida en torno al lecho de muerte cuál es su legado para ellos y para las generaciones venideras. Pero no tenemos garantía alguna de poder morir tan bien preparados ni de poder despedirnos en ese momento, expresamente, de cada uno de nuestros seres queridos. En ciertos ejercicios espirituales, hago que los asistentes redacten una carta, en la que, brevemente, deben expresarles a sus seres queridos aquello que quisieran transmitirles, cuál fue la idea directriz que los guió en sus vidas, y lo que quisieran decir una vez más al final, a modo de síntesis de su mensaje de vida.

Para muchos, esta tarea les resulta extraña. Pero nos hace bien tomar conciencia de por qué hemos venido, por qué nos esforzamos, es decir, qué nos lleva a encontrarnos nuevamente con personas y a hacer nuestro trabajo. ¿Cuáles son los pensamientos que nos marcan en lo más profundo de nuestro corazón? ¿Cuál es nuestro anhelo más profundo? ¿Qué quiero anunciar a través de mi vida? Evidentemente, sé que todos nosotros quedaremos a la zaga de estas ideas directrices. Muchas veces quedarán tapadas por nuestros problemas, por las heridas de nuestra historia de vida o por nuestra ambición y nuestra sensibilidad.

La muerte nos obliga a recapacitar constantemente sobre lo que sostiene y define nuestra vida, las huellas que quisiéramos dejar para el mundo y que nos son características.

A. G.