
Cada uno de nosotros ha vivido experiencias de pérdidas y de despedidas. Sólo cuando hacemos el duelo por la pérdida de una persona, puede crecer una nueva vida en nosotros. Solamente pasando por el duelo, podremos entablar una nueva relación con las personas que nos abandonaron.
El proceso de duelo recorre, normalmente, cuatro diferentes etapas. Por un lado, está la negación de la muerte. No queremos aceptarla. No puede ser verdad. Muchos reprimen la pérdida de su ser querido concentrándose de lleno en la organización del entierro. Luego viene el recuerdo. Una y otra vez, uno se cuenta a sí mismo lo que ha vivido con el difunto. Algunos transfiguran el difunto para no tener que reconocer los sentimientos negativos que afloran. Algunas familias enmudecen y no hablan entre sí. No se atreven a intercambiar recuerdos. Todo ello bloquea el duelo, y estos bloqueos deben ser elaborados muchos años después en una terapia.
Muchos no quieren dar este paso de contar la vivencia, porque en esta etapa no solamente afloran sentimientos positivos, sino que muchas veces aparecen, también, sentimientos de culpa y de ira. Se asustan de la ira y de los celos que desata, en ellos, la muerte de un ser querido. Se prohíben estos sentimientos, porque los encuentran inadecuados. Pero todos estos sentimientos tienen su sentido, y deben ser analizados y elaborados. Conozco el caso de una mujer que estaba furiosa, porque su marido la había dejado sola con sus tres hijos. Ahora, él está feliz. Está en el Cielo, pero ella debe hoy luchar sola. Ya no tiene a nadie con quien hablar sobre los niños y de sus problemas, nadie sobre quien reclinarse, sobre quien apoyarse.
Anselm Grün