
A una espiritualidad mistagógica le interesa la experiencia de la vida que Dios nos ha obsequiado. Cuanto más moralicemos, tanto menos vitalidad tendremos dentro de nosotros. Cuando los clérigos (el Papa y los obispos incluidos) ven su misión más importante en mantener elevada la moral sexual (sobre todo la moral sexual de las mujeres), esto habla más de la propia situación psíquica, de las propias sombras y de la propia carencia de espiritualidad, que de lo irreprochable de sus exigencias morales. Por supuesto que no hay vida espiritual sin moral. Pero la moral es una consecuencia de la experiencia espiritual, y no al revés. El reto del movimiento de la New Age, en el cual se busca justamente una experiencia espiritual, nos obliga a recurrir, tras la victoria del jansenismo, a la amplia tradición mística del cristianismo y a revivirla.
Los apóstoles de la moral se sienten, a menudo, profetas enviados por Dios para atacar la falta de moral de la época y para detener la corriente de perdición. Pero sus discursos enardecidos sobre la decadencia de la humanidad muestran la discordia de su propia alma y la amenaza de las sombras que reprimen. «Se nota por tu modo de hablar», le dice la sirvienta a Pedro (cf. Mt 26, 73). Cuando con vehemencia nos lamentamos de la falta de moral de nuestros tiempos, hablamos también de nosotros y delatamos nuestra condición de impugnables y nuestro íntimo deseo de obtener aquello sobre lo que tanto enfatizamos. Ni siquiera logran, los apóstoles de la moral, un efecto sanador y edificante, ya que, con su prédica moralizadora, constantemente dan vueltas en torno a las sombras. A menudo es expresión de la falta de experiencia del mensaje liberador de Jesucristo. Si proclamamos con autenticidad la vida que Cristo nos ha regalado en abundancia, Dios llegará a más corazones para que se conviertan y se renueven, y les entregará la esperanza de salvación y redención a más corazones que con mensajes moralizadores.
Anselm Grün