
Una espiritualidad integral debe ser masculina y femenina a la vez. El lado masculino se muestra en la disciplina y en el ascetismo, en la fuerza de voluntad, en la planificación, en el delineamiento de la vida espiritual y en el intento de controlar nuestros defectos. La espiritualidad es femenina cuando hace crecer la vida dentro de nosotros, cuando no pretende crear todo por sí misma impacientemente, sino que le hace un lugar al espíritu de Dios para que actúe en nosotros. En la espiritualidad femenina, nos tratamos a nosotros mismos con prudencia. En lugar de erradicar violentamente todo lo negativo que hay en nosotros, dejamos que crezca lo bueno en nosotros, creamos las condiciones necesarias para que lo bueno pueda desarrollarse más sólidamente que lo negativo. Esta forma de vida espiritual es a la que se refiere Jesús cuando nos exhorta a no erradicar la maleza enseguida, porque podríamos arrancar también el trigo. «Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha» (Mt 13, 30).
La espiritualidad femenina encuentra su expresión también en las historias de salvación en las cuales Jesús trata a las personas con amor materno y con cariño. Necesitamos este elemento femenino, porque a menudo luchamos dura y ferozmente contra nosotros mismos en nuestra vida espiritual. Muchas veces nos enfadamos con nosotros porque no podemos perdonarnos nuestros errores y debilidades. Vemos el ascetismo como algo masculino, como una lucha violenta contra nuestros vicios. Es un aspecto importante, pero muchas veces hace que nos rechacemos a nosotros mismos. Del mismo modo, deberíamos desarrollar la parte femenina de la espiritualidad. También en la vida espiritual deberíamos tratarnos con delicadeza, deberíamos encontrar formas de oración y de meditación con las que podamos regocijarnos.
Anselm Grün