La fe y la comunidad

Cuando una espiritualidad divide a las personas en creyentes y no creyentes, en ortodoxos y herejes, en piadosos e impíos, en buenos y malos, es signo de una espiritualidad enfermiza. Cuando, tras días de reflexión religiosa, la mitad de la clase está extasiada con Cristo, y la otra mitad no quiere saber nada y es tildada por los demás de incrédula, entonces, la fe que se transmite allí no es la fe de Jesucristo. Jesús nunca clasificó así a las personas. Incluso en los pecadores y en los publicanos, vio la esencia buena y el anhelo de la fe y se dirigió a éstos.
La fe —tal como la describe san Benito en su Regla- debe desafiar a los fuertes y alentar a los débiles. Por un lado, no deberá dejarnos nunca en paz y, por el otro, tampoco deberá dejarnos con cargo de conciencia. El cargo de conciencia no es, como algunos sacerdotes creen, símbolo de una persona piadosa, sino, más bien, indica que alguien gira demasiado en torno a sí y a su perfección, en lugar de mirar al Dios misericordioso que lo acepta y en el que puede regocijarse con agradecimiento. […]
Uno puede ser un auténtico pregonero del mensaje de júbilo de Jesús sólo cuando está en comunidad. Pues solamente en la convivencia, experimentamos cuánto dependemos de la misericordia de Dios y cómo, sólo desde ella, podemos vivir entre nosotros con humanidad. Por eso, no podemos hablar en abstracto de la misericordia de Dios, sino solamente cuando la experimentamos y vivimos en la convivencia con los demás.

Anselm Grün