Lo que da sentido a tu vida

Cuando nos detenemos y realmente miramos, ya no somos los mismos que antes de detenernos: el que “sigue” no es el mismo que el que “se detuvo”. Y la diferencia está en ese punto del medio: el “mirar”.

Mirar es dejar que el mundo nos brinde lo mucho que tiene para mostrarnos. Pero, además, mirar no es sólo abrir los sentidos en plena presencia. En mi pequeña experiencia, mirar es también volcar la visión hacia adentro, y, en ese detenerse, en ese “no hacer nada”, ejercer un poderoso hacer, que es el enhebrar en una sola visión todo lo que se está moviendo dentro nuestro.

La mirada hacia adentro nos permite percatarnos de lo que, en medio de la acción, no nos habíamos dado cuenta: sensaciones, emociones, pensamientos que están modificando nuestra percepción del mundo, un estado interno no advertido… Cuando miro, me veo. Me traigo de vuelta a casa como un pastor trae a sus ovejas. Me arreo a mí misma si estaba perdida. Habito aquello que me sucede, porque dejo de estar ausente de mí. La decidida intención de ver… crea la mirada. Nos damos la oportunidad de que, cuando sigamos, ya no seamos autómatas, sino seres sintientes, como es indispensable asumir que se es.

“Detenerse y mirar” es algo que, cuando se ejerce varias veces al día, resulta el más profundo entrenamiento de la atención. Y esto es vital, porque sin atención no vemos lo que nos pasa, ni lo que sucede en nuestro entorno. La vida es como una película que transcurre… mientras nosotros estamos en el cine, ¡pero dormidos! Y así, vamos tomando decisiones erróneas, generándonos dolor, por no ver.

Cuando vamos fortaleciendo la atención con la práctica, ésta adquiere tres cualidades:

– Se vuelve más frecuente (es decir, tenemos cada vez más seguido un retorno desde ese olvido de sí, quedando entonces menos expuestos a vivir sumergidos en largas brechas de inconsciencia, como nos sucede cuando no hacemos este intento).

– Se vuelve más estable, durando más tiempo nuestra capacidad de estar presentes en lo que nos sucede y en lo que sucede alrededor.

– Se vuelve más penetrante, de modo que la conciencia puede captar mayor variedad de sutilezas, más matices, mucho más que el mero “estoy bien” o “estoy mal”. Advertimos múltiples capas en nuestro ánimo, en nuestro pensamiento, en las sensaciones del cuerpo… y por ende nos autopercibimos con mayor lucidez.

Quien no tiene una atención entrenada no puede observar lo que reamente experimenta, ni conectarse abiertamente hacia lo que “el mundo le muestra”. Está ausente de sí. Y no contar consigo mismo es la carencia que más pobre nos deja.

En ese “detenerse y mirar”, en cambio, está la semilla más límpida de un “seguir” que dé pleno sentido a nuestro paso por la vida. Depende de quererlo, de practicarlo; de aceptar caer en el olvido de sí para volver a encontrarse, tantas veces como sea necesario, teniéndonos compasiva paciencia.

Virginia Gawel * 

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