La paradoja de la adoración

Un espacio muy apreciado del encuentro con Dios o con Jesucristo es la adoración. En todas las religiones hallamos el fenómeno de la adoración. “Adoración es la veneración interior y exterior que sólo le corresponde a Dios, y por la cual la creatura dotada de razón reconoce la absoluta sublimidad y unicidad de Dios y su propia y completa dependencia de él. Es una actitud fundamental de toda persona religiosa que toma conciencia del misterio que lo rodea y que es causa de todo lo creado”. En la adoración me postro ante Dios porque Dios es Dios. No quiero pedirle nada, tampoco quiero alcanzar nada por la adoración: ni sentimientos agradables ni serenidad ni tranquilidad. En la adoración no hablo sobre mis problemas, ni me alabo, ni me reprendo: sencillamente me postro ante Dios porque Él es mi Señor, porque es mi Creador. Si he entendido cabalmente lo que significa que he sido creado por Dios y que Él sostiene mi ser momento a momento, entonces no me resta otra cosa que postrarme delante de ese Dios que es mi Creador y adorarlo. En la adoración reconozco que dependo por completo de Dios; que estoy ligado a Él y necesito de Él con todas las fibras de mi ser; que nada tengo en mi que no haya recibido de Él. Y confieso que Él es mi Señor, la meta de mis anhelos. No me queda otra cosa entonces que postrarme ante Él lleno de asombro y adoración.

 

En la adoración ya no giro más en torno de mí y de mis problemas, sino que procuro contemplar solamente a mi Dios. Me olvido de mí mismo porque Dios me ha cautivado por entero, porque sólo Él es importante para mí. La paradoja consiste en que, al olvidarme de mí mismo, me hago totalmente presente, totalmente auténtico, totalmente yo mismo.

A. G.