
En el acompañamiento espiritual no se trata de indicarle a la gente métodos psicológicos para manejar mejor sus problemas. Nuestra verdadera tarea consiste en llamarles una y otra vez la atención sobre su relación con Dios. ¿Cómo me afecta tal o cual problema a mí mismo y a mi relación con Dios? ¿Qué me está diciendo Dios con él? ¿En función de qué cosas me defino yo? ¿Cuál es el fondo y la meta de mi vida? Si frente a problemas de relación me limito al plano relacional y doy consejos sobre cómo manejar mejor los sentimientos y agresiones propios, ciertamente brindo una ayuda; pero no estoy calando hasta el núcleo verdadero del ser humano.
Sólo lo ayudaré eficazmente cuando el otro cese de definirse en función de esa relación y descubra en sí mismo un espacio al cual los demás no tienen acceso; cuando reconozca en sí mismo su dignidad divina que nadie puede arrebatarle. Porque si nos quedamos en el plano relacional, a menudo advertiremos que las relaciones están muy embrolladas y sencillamente no tienen cura. Sin embargo eso no significa que el hombre sea incurable. Se curará recién cuando descubra dentro de sí el lugar donde Dios habita en él. Allí donde Dios habita en él, todo es sano, íntegro, salvo. Y las cosas no sanas de las relaciones embrolladas tampoco tienen acceso a ese lugar. Allí yo soy totalmente yo mismo, libre de todos los que me han herido o quieren herirme. Allí experimento que Dios mismo me libera del poder de los hombres, curándome de todas las heridas que otros me provocan.
A. G.