Abandonarme a Dios

 

Así como orar en voz alta me ayuda a veces al encuentro con Jesucristo, así también otras veces me siento impulsado a realizar determinado gesto con el cual ofrecerle a Cristo todo lo que hay en mí. Por ejemplo, el gesto de las manos abiertas, con el cual le expreso mi anhelo y suplico esperanzadamente que llene mi vacío. Otras veces pliego las manos para dejarme atar por Él. De esa forma le estoy dando a entender que le pertenezco por completo y me dejo tomar por Él a su servicio.

 

Cuando estoy muy conmovido por una palabra o por mi propia realidad, me tiendo sobre el suelo con la frente sobre mis manos. Es la postura de la postración, que me recuerda mi profesión de fe y mi estado de vida, a través de las cuales me entregué a Dios por entero. En la postración siento mi impotencia la hora de sostener mi entrega apoyándome en mis propias fuerzas. Con esa postura expreso el anhelo de mi cuerpo de abandonarme a Dios, de ser sostenido por Él, de estar cobijado en su amor y respaldado por su amor.

 

Cuando al meditar me siento inquieto, esos gestos y posturas favorecen el recogimiento del espíritu, que siempre quiere deambular de aquí para allá. Y siento que en el encuentro con Cristo estoy con todo lo que hay en mí.

 

A. G.